jueves, noviembre 06, 2003

...en mis sueños te colmo...

El tiempo todo lo cura.
No es cierto. El tiempo lo oxida todo (la rouille de esta canción de juventud), y así impide que se abran las bisagras de las alacenas y que escapen los sentimientos que hemos escondido en ellas, pretendiendo (ingenuos de nosotros) que queden olvidados y no nos hieran con su insolente presencia.

Porque, si las recuerdos son agradables nos duele el presente tan distinto al tiempo que evocamos, del tiempo que ese traidor recuerdo se empeña en proyectar en la pantalla de cine que todos llevamos en el colodrillo.

Y, si el recuerdo que consigue hacer saltar la falleba de la cárcel en la que lo hemos encerrado es negativo, nos hiere por su propia naturaleza negativa. A este recuerdo doloroso podremos oponerle nuestro presente feliz (si lo tenemos) para que luche contra el infausto recuerdo; pero aunque el monstruo no nos venza, logra por un momento su objetivo de zaherir nuestra alma.

Pero hay otro efecto que también provoca el tiempo. Conforme aumenta la rouille (herrumbre) y las bisagras se anquilosan, se va reduciendo el dolor que nos produjeron esos sentimientos. Son dos procesos unidos: los recuerdos se convierten en olvidos y cicatrizan las heridas.

Pero ¿podría conseguirse recordar sin sentir dolor?. Eso es lo que yo necesitaría. Porque por no perder el recuerdo, persisto en revivirlo. Si te quemas retiras la mano del fuego; ¿pero qué hacer cuando necesitas sentir el calor?.

Y las ocasiones que nos presenta la vida para recaer en el recuerdo son múltiples, sobre todo si no las rehuyes:

* El fin de semana pasado estando en el hotel, se me llenó la memoria de los mensajes del móvil. Al repasar los almacenados para irlos borrando, me encontré con un "Te Quiero, Princesa". Tantas veces escrito, tantas veces enviado... Allí se ha quedado, en la memoria del móvil, después de tener que decirme a mí mismo que ahora no debo enviárselo.
* Ahora que ya no hay caricias, ni contacto con su piel, me descubro a mí mismo provocando situaciones en las que pueda justificar el roce rápido con su mano, mi nariz acercándose a su pelo (un gesto habitual, oler su melena); y tener que decirme que ya no puedo colocar la palma de mi mano abierta en su mejilla para deslizarla hasta la nuca...y reprimir la tentación de hacerlo algún día de estos.
* Sin que ya sea llamado a compartir con ella la complicidad de su ropa, que me pongo, con qué combina este pantalón, llévate esto en tu bolsillo para que te acuerdes de mi, luego te cuento lo que llevo y lo que no llevo... me recuerdo a mi mismo que hasta la Navidad no habrá ninguna ocasión o excusa para regalarle esa camiseta con los ángeles de Ticiano
que vi en el Prado y que -la estoy viendo- le quedará tan bien.

Y todos los días encuentro razones para no olvidarla, ni echar al vacío los recuerdos de lo que he vivido con ella. Cada día pospongo por otro mas la tarea de recogerlos, ordenarlos y buscar un armario para guardarlos...


...en mi sueños te colmo
de bendiciones...

LÁGRIMAS NEGRAS
(Miguel Matamoros)