Lecturas II
Del mismo libro que Lecturas I
-Quedemos a las nueve en punto en la puerta del ascensor para bajar juntos -le dijo a su marido.
Y a la hora exacta se encontraron (...). Suben al ascensor y Adela aprovecha para mirarse en el espejo. Calcula que cuenta con tres pisos de delicioso descenso para comprobar que está muy guapa, como siempre que se viste para él. Obviamente, Carlos García no está invitado a la cena de los Suárez, pero las mujeres enamoradas (enamoradas no, Adela, no lo digas ni en broma, sensatez, prudencia), las mujeres ilusionadas , rectifica antes de continuar con la idea, siempre se visten para su hombre, aunque él no pueda verlas. Por eso, con el esmero de una novia que se adorna para el esposo, ella se ha bañado en perfumes y, más tarde, ha logrado que surja una Adela radiante de ojos vivos y labios tiernos que resplandece con un aura tan potente que incluso llama la atención de su marido.
-Estás muy guapa esta noche, Adela, pareces casi una adolescente -dice, y ella, agradecida, sonríe porque sabe que es verdad: digan lo que digan y mientan lo que mientan los fabricantes de cosméticos, el amor (o la ilusión amorosa) es el único milagro de terna juventud que existe.
(el ascensor tiene un parón por un corte de luz)
Adela, por su parte, no piensa en ternuras, sino que, de pronto, toma conciencia y se asombra por la proximidad físca con su marido. (...)
La vida en cambio con su carga de deseo, dolor, amor, o agonía está aquí, muy presente haciéndole padecer todo esto y mucho más ...Entonces se sorprende sintiendo la lejanía del cuerpo de Carlos y la proximidad del de su marido, que nunca le había estorbado hasta ese momento (....).
Quince minutos. Adela nunca habría sospechado que, para dar la vuelta al mundo y volver del revés las convicciones de toda una existencia, bastaran quince minutos encerrada en un ascensor junto al futuro que le espera. Por eso, cuando de improviso la cabina se pone en marcha, el movimiento le produce tal vértigo que cree que, en vez de estar descendiendo hacia el vestibulo, lo que hace es recorrer el camino que lleva al mísmísimo infierno. (...)
Adela no mira atrás. No sabe si su marido se ha quedado en el ascensor para volver a su habitación o qué ha hecho, pero ella sabe que tiene tres pisos para pensar en Carlos y todo lo que siente. Ya es tarde para cancelar la cena en la casa de Las Lilas, se dice; por unos días más seguirá con los planes , pero luego adios Teldi. Adela no se cansa. Adela sube los tres pisos del modo ingrávido con que lo hacen los niños, porque acaba de jurarse que, por una vez en la vida, será ilusa y tonta y loca, y dará una oportunidad al amor.
-Quedemos a las nueve en punto en la puerta del ascensor para bajar juntos -le dijo a su marido.
Y a la hora exacta se encontraron (...). Suben al ascensor y Adela aprovecha para mirarse en el espejo. Calcula que cuenta con tres pisos de delicioso descenso para comprobar que está muy guapa, como siempre que se viste para él. Obviamente, Carlos García no está invitado a la cena de los Suárez, pero las mujeres enamoradas (enamoradas no, Adela, no lo digas ni en broma, sensatez, prudencia), las mujeres ilusionadas , rectifica antes de continuar con la idea, siempre se visten para su hombre, aunque él no pueda verlas. Por eso, con el esmero de una novia que se adorna para el esposo, ella se ha bañado en perfumes y, más tarde, ha logrado que surja una Adela radiante de ojos vivos y labios tiernos que resplandece con un aura tan potente que incluso llama la atención de su marido.
-Estás muy guapa esta noche, Adela, pareces casi una adolescente -dice, y ella, agradecida, sonríe porque sabe que es verdad: digan lo que digan y mientan lo que mientan los fabricantes de cosméticos, el amor (o la ilusión amorosa) es el único milagro de terna juventud que existe.
(el ascensor tiene un parón por un corte de luz)
Adela, por su parte, no piensa en ternuras, sino que, de pronto, toma conciencia y se asombra por la proximidad físca con su marido. (...)
La vida en cambio con su carga de deseo, dolor, amor, o agonía está aquí, muy presente haciéndole padecer todo esto y mucho más ...Entonces se sorprende sintiendo la lejanía del cuerpo de Carlos y la proximidad del de su marido, que nunca le había estorbado hasta ese momento (....).
Quince minutos. Adela nunca habría sospechado que, para dar la vuelta al mundo y volver del revés las convicciones de toda una existencia, bastaran quince minutos encerrada en un ascensor junto al futuro que le espera. Por eso, cuando de improviso la cabina se pone en marcha, el movimiento le produce tal vértigo que cree que, en vez de estar descendiendo hacia el vestibulo, lo que hace es recorrer el camino que lleva al mísmísimo infierno. (...)
Adela no mira atrás. No sabe si su marido se ha quedado en el ascensor para volver a su habitación o qué ha hecho, pero ella sabe que tiene tres pisos para pensar en Carlos y todo lo que siente. Ya es tarde para cancelar la cena en la casa de Las Lilas, se dice; por unos días más seguirá con los planes , pero luego adios Teldi. Adela no se cansa. Adela sube los tres pisos del modo ingrávido con que lo hacen los niños, porque acaba de jurarse que, por una vez en la vida, será ilusa y tonta y loca, y dará una oportunidad al amor.
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