Ella
Escribir sobre ella. ¿Es posible recrearla?
Ahora mismo hace 24 horas que me acercó con el coche a la estación de metro. Estoy, a las 5 de la tarde de este Domingo, en un café, haciendo tiempo para regresar de esta "no visita". No he querido llamar a casa en estas horas, para no irrumpir en su vida a solas con los hijos; para no hacerme presente dónde ella no quiere que esté. Tan sólo un par de mensajes (buenas noches, buenos días) que ella misma empezó (!cuánto se lo he agradecido!).
Ese gesto de mandar el primer mensaje por la noche, que me he imaginado como muestra de ternura (aun sin abandonar su firme determinación en llevar adelante lo que haya planificado para el final de nuestra relación) me lleva a querer escribir sobre ella, a intentar recrearla en unos renglones de este cuaderno escolar que luego llevaré al ordenador para acabar depositándolas en ese muro de lamentaciones en que se ha convertido este blog, otrora nacido como válvula de escape y, a la vez, como pizarra escolar en la que se va escribiendo el desarrollo de un problema matemático para que los alumnos vayan descubriendo la solución y entendiendo el problema.
Ella.
Es guapa, y es hermosa al estilo del beso en el metro que no me dio, pero que sentí.
Es hermosa y es sensual, como las muchachas que no tienen necesidad de artificios, ni estrategias, a las que les brota de su propia naturaleza inocente la pasión y el deleite de los seis sentidos corporales (vista, oído, gusto, tacto, olfato y carne).
Es sensual y es dulce. Deliciosamente agradable.
Es dulce y comprensiva. Ha sido infinitamente comprensiva, dice ella. Y hay que darle la razón. Ha sido desprendida hasta agotar su capital, hasta tener que reclamar a los demás que le sea devuelto lo que ella ya prestó. Tal vez lo haya empezado a hacer de forma súbita para los que lo vemos desde fuera, y tal vez lo esté haciendo mezclando a esa hartura (casi un vaciamiento interior, me chilla ella) otros sentimientos que le han llenado de improviso el otro platillo de la balanza, en el que no estaban los recuerdos (buenos y malos, muchos y pocos de unos u otros) de su vida conmigo. No puedo juzgarla por ello.
Ahora mismo hace 24 horas que me acercó con el coche a la estación de metro. Estoy, a las 5 de la tarde de este Domingo, en un café, haciendo tiempo para regresar de esta "no visita". No he querido llamar a casa en estas horas, para no irrumpir en su vida a solas con los hijos; para no hacerme presente dónde ella no quiere que esté. Tan sólo un par de mensajes (buenas noches, buenos días) que ella misma empezó (!cuánto se lo he agradecido!).
Ese gesto de mandar el primer mensaje por la noche, que me he imaginado como muestra de ternura (aun sin abandonar su firme determinación en llevar adelante lo que haya planificado para el final de nuestra relación) me lleva a querer escribir sobre ella, a intentar recrearla en unos renglones de este cuaderno escolar que luego llevaré al ordenador para acabar depositándolas en ese muro de lamentaciones en que se ha convertido este blog, otrora nacido como válvula de escape y, a la vez, como pizarra escolar en la que se va escribiendo el desarrollo de un problema matemático para que los alumnos vayan descubriendo la solución y entendiendo el problema.
Ella.
Es guapa, y es hermosa al estilo del beso en el metro que no me dio, pero que sentí.
Es hermosa y es sensual, como las muchachas que no tienen necesidad de artificios, ni estrategias, a las que les brota de su propia naturaleza inocente la pasión y el deleite de los seis sentidos corporales (vista, oído, gusto, tacto, olfato y carne).
Es sensual y es dulce. Deliciosamente agradable.
Es dulce y comprensiva. Ha sido infinitamente comprensiva, dice ella. Y hay que darle la razón. Ha sido desprendida hasta agotar su capital, hasta tener que reclamar a los demás que le sea devuelto lo que ella ya prestó. Tal vez lo haya empezado a hacer de forma súbita para los que lo vemos desde fuera, y tal vez lo esté haciendo mezclando a esa hartura (casi un vaciamiento interior, me chilla ella) otros sentimientos que le han llenado de improviso el otro platillo de la balanza, en el que no estaban los recuerdos (buenos y malos, muchos y pocos de unos u otros) de su vida conmigo. No puedo juzgarla por ello.
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